sábado, 8 de junio de 2013

Huele a Semana Cultural

La llegada de mayo suponía, en mis tiempos de mozo, alcanzar el llamado "porche" de mi colegio; chorreado de barniz, untado de savia de encina, y decirle a mi camarada corazón: "¡Huele a Semana Cultural!" Era la única forma de poder expresar esa sensación olfativa de bienestar y relajación que hacía levantar los vellos de los brazos e inspirar profundamente el aroma de la llegada del buen tiempo.

Las ventanas se abren de par en par para dejar la luz atravesar los recovecos del quicio y observar el fenómeno de la dispersión óptica en el parqué, ¡qué bello arco iris! Tiene que ser verano. Y es empírico que los torrentes vitales de los animales se revuelven y se vuelven a revolver dando lugar a los meandros y a las aguas turbias que tan pronto pueden arrasar cosechas enteras como llenar acuíferos y lagos para calmar la sed de las poblaciones sedientas. Mi única aproximación explicativa fue un texto que me obligaron a leer para la prueba de CI en mi colegio, y lo único que recuerdo al respecto es que había una relación directa entre las horas de luz recibidas y la actividad de la melatonina, una hormona de actuación cerebral que podría desembocar en un despertar del deseo sexual.

La primavera la sangre altera, ¿no? Pues resulta evidente que una aurora de luminosidad vuelve más jóvenes a los viejos y más locos a los jóvenes, en tanto que se olvida uno de sus deberes y obligaciones cuando se le concede un tiempo de desasosiego llamado vacaciones.
Hemos vivido limitados por el espacio y el tiempo; ahora somos libres. Y es verídico que todas las personas que han pasado por selectividad y por segundo de Bachillerato suelen relacionar el periodo venidero con el mejor verano de sus vidas, a ver si es verdad.

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