Ayer resulta que a mi padre, por estar suscrito a una revista, le enviaron una doble entrada para ir a visitar el Reina Sofía y por supuesto la exposición del grandioso Salvador Dalí. A mí, como sabéis, me encanta divagar sobre el surrealismo y sus contradictorias reglas, que las tiene, como todo arte. Resulta que una de las citas más famosas del polimorfo catalán es: "La única diferencia entre un loco y yo, es que el loco cree que no lo está, mientras yo sé que lo estoy", y me hizo recapacitar en uno de los pensamientos intuitivos que llevaba dentro, que tantas veces he tratado de verbalizar y que siempre he visto en la conducta de los seres humanos y que viene relacionado con la intención de ser plenamente perfectos.
¿Cómo uno puede darse a justificación si al hacerlo, se niega así mismo porque lo que le acontece es injustificable? ¿Cómo un loco puede librarse de la locura si al hacerlo no hace más que ratificarse así mismo como enajenado mental, por considerarse que éste, en sí, es incapaz de ver la realidad y por tanto todo lo que diga se va a categorizar como mentira?
Se convierte así en una cadena de tortura de la que no se puede escapar, una losa, un grillete que se superpone a la voluntad y minimiza todo intento de ser entendido, originándose así la llamada saga de los incomprendidos. Todos los seres humanos tenemos algo de egocéntricos, es natural. Consideramos nuestras opiniones las válidas, nuestras decisiones las correctas y nuestros valores los universalmente aceptados, y solo muy de vez en cuando aparecen la aceptación de la culpa y lo erróneo. Es una terrible maldición que se adueña de las almas de los jóvenes enamorados que no se pueden justificar sin caer en el aborrecimiento por parte del ser amado. Y nunca caerá la breva, ni permitiré que se considere esta justificación una excusa de algo superior e inabarcable, estar enamorado.
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