domingo, 14 de julio de 2013

Síntesis: Amor (empirismo y abstracción)

La exposición de dos salas, una poéticamente sugestiva llena de trazos y colgaduras literarias de sentimientos entornados y otra bombardeada de protones y radiaciones electromagnéticas experimentalmente destinadas a la divulgación científica; que inauguré hace mucho, ya ha cerrado sus puertas. Entre tanto, varios visitantes, por distintos medios de difusión textual, han contactado conmigo y han manifestado su punto de vista al respecto; visitantes entrados enérgicamente en la materia de las pinturas de cada una de las salas.

Por preferencia y atracción al entorno, cada mochuelo fue a su olivo, y nadie percibió sensitivamente que la continuidad de las estancias, además de espacial, venía fundamentada de alguna manera por un angosto túnel que las comunicaba y que no había sido percatado por ninguno. Un término medio.

Cuando regresé para descolgar los cuadros, un punto simbólico de luz que procedía de esa oscuridad me hizo acudir y hurgar con mi mano en la profundidad del tubo. Alcancé un sobre blanco sin remitente ni destino. Había una carta mecanografiada en su interior que decía así:

Estimado ser:

Amante de la vida, yo, que he podido contemplar las dos muestras del amor, he podido tomarme el tiempo necesario para poder reflexionar tranquilo en mi ocio y ofrecerle una respuesta que puede que le satisfaga, siendo una síntesis que creo que no desbaratará ninguna de las versiones y que complementa lo tratado con las dos distintas técnicas. La virtud de Aristóteles, humildemente redactada.

Dirijo esta carta a quien pudira interesar, dejo este escrito en un hueco que solo percatará aquel que no exclusivamente mire a su alrededor más próximo, sino aquel que esté dispuesto a la aceptación de una nueva respuesta que no dogmáticamente impere y prevalezca sobre el resto de pensamientos como la toda poderosa verdad. Una idea que admita revisión en tanto que la ayuda que proporcione al descubrimiento de la realidad sea siempre beneficiosa y, en el sentido más estricto del término, sincera.

Desde los comienzos de nuestra era el ser humano se ha cuestionado acerca de ese sentimiento tan majestuoso y tan dramático que nos debasta. Quizá, hasta la llegada de la revolución científica y el mecanicismo de la ciencia, los poetas y pensadores afines fueran los únicos que plasamaran con esa retórica entrecortada y desdichada, grito eterno al cielo, esa llama que arde en su pecho y que no saben extinguir.

Puede que el desconocimiento de una causa material del motivo vital del hombre haya hecho inventar un sentimiento que falsamente relaciona lo que facilmente puede explicar la Biología y la Química. Pero puede que sea la ciencia la que haya embadurnado de sequedad un sentimiento tan puro y armonioso como el amor, altruismo en su forma más perfecta y pulcra. Tal vez hayan ocurrido ambos fenómenos simultáneamente.


Sin embargo, sea cual sea la causa de tal elemento, lo irremediable son los síntomas y emociones que se experimentan: Ruborización, nerviosismo, destinación completa, servidumbre y un obseso pensamiento de contemplación. Uno tan solo se basta con saber que se respira el mismo aroma, el mismo aire, para sentirse agraciado como ser palpitante. Una mirada a esos ojos, y descubrir que el amor es la más oculta de las razones que te impide apartar al mirada.


Caemos en la tragedia de Romeo, y nos encanta. No dejamos que comentarios imparciales de compañeros nos entorpezcan el paso firme que hayamos puesto hacia esa persona. "Ellos no me entienden" decimos, y volvemos a repetir. Nos autoconvencemos de que la máxima aspiración y perfección permanecen encerradas en ese cuerpo de belleza subjetiva, que no dejamos de imaginar. A veces, como una meta imposible, utilizamos este amor como rechazo injustificado a otras proposiciones, a lo mejor, por un terrible miedo al compromiso y al reconocimiento de la inmadurez, pero lo más probable es que en nuestra vida, por el momento, no haya más cabida para otra persona.


La gente cambia, las circusntancias también, y solo queda en la caja de Pandora, en la última de las esquinas, esa voz esperanzadora que no hace más que susurrar tenuemente "algún día". Nuestra tragedia se intensifica por completo cuando descubrimos que no somos correspondidos y la depresión es egoístamente trágica. No podemos negar que su felicidad gobierna nuestro mundo, tampoco, que queremos que forme parte de ese mundo. 

Uno mira al firmamento con templanza y dejando la mente en blanco, en ocasiones, ocurre el milagro del olvido. Un olvido momentáneo que viene ligado a un escalofrío y que se desvanece cuando su imagen reotrna a nuestra mente. El tiempo dirá si esa imagen es duradera o no, si es demasiado tarde para eliminarla del banco de recuerdos o si, como el negativo de una fotografía, ha quedado sobreimpresionada en la retina. 


Pero lo que realmente es notorio es que la evolución de nuestra vida, la madurez y la experiencia, hacen que tomemos determinados puntos de vista sobre un tema. El amor visto por un joven es románticamente exagerado, pero ¡qué quieres! Tienen energía y viveza que han de aprovechar. Algunos rezan para que se les quite, cuanto antes, esa tonteria que llevan encima.

También es cierto que podríamos considerar que efectivamente nuestro código genético nos exhorta a que dejemos un legado, una generación filial que trate de superarnos, y que la cultura del amor creada por la sociedad y la historia enmascare la bestialidad de una de las tres funciones vitales de los seres vivos, la reproducción. De nuevo, el problema de los ciclos y la anterioridad del huevo y la gallina, se plantea. Hemos creados miles de rituales de cortejo y afinidad que no siempre tienen el resultado que esperamos. Decimos y creemos superar la banalidad incomprensible de los átomos aludiendo que somos seres superiormente racionales que pueden crear nuevos valores y transformar los ya establecidos por convenio unánime dentro de un espacio y un tiempo.


Pero, claro está, las palabras ya no tienen significado cuando se está delante de esa persona y no hacemos más que cometer pequeñas tonterías. Haga, pues lo que crea más conveniente, siempre desde el respeto máximo a la dignidad del ser humano, tomando la regla de oro de la ética como primera noción a tener en cuenta y como primer punto de partida para tomar una decisión libre y responsable. Si quieres encerrarte en esa cinta de Möbius tratando de, por medio del análisis, alcazar la causa última del amor; adelante. Yo ya lo he intentado, y ha sido una pérdida de tiempo. Es demasiado doloroso saber y creer conocer que el determinismo universal rige mis acciones y que soy un pelele impotente controlado por las hormonas, me resigno y alzo mis plegarias en forma de versos para escapar de la cárcel carnal aún conociendo el poder de la Bioquímica. La ignorancia ha hecho buscar otros caminos más sencillos que perfectamente pueden aproximarse más y mejor a la verdad. 

El Amor, al margen de su causa, tiene el efecto más grandioso de todos, la vida.

Solo me queda desearle toda la suerte del mundo desde aquí, donde escribo esta carta, el vagón de tren en el que todos duermen menos yo. Sin dirección y sentido, tal vez, buscando a esa mujer en la próxima estación.

No dije nada. No hacía falta. Dejé el texto donde lo había encontrado, en la grieta que comunicaba ambas habitaciones. Reflexioné. Hice mías las palabras de mi anónimo amigo. Creí conveniente compartirlas con vosotros, porque todavía no las he entendido, y eso que hace mucho de esta anécdota.

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