Pues era verdad, lo que tantas
veces decía mi profesora de fiilosofía: "Ortega debería darse en primero
de Bachillerato, ¡con lo sencillito que es!" Seguramente porque es español
y conocía nuestro modesto nivel intelectual. No quería que a comienzos del siglo
XX, con las tasas más elevadas de analfabetismo en la Europa cansada,
sufrieramos una conmoción cerebral con tanto circunloquio.
Un texto
conciso que traslada el problema de la realidad al campo de visión del hombre
de aquella época. un hombre que no se basata con la aceptación de una única
postura filosófica, sino que necesita vencer las montañas teóricas
contrapuestas para erigirse en la cima y ver todo con suma claridad.
Enfrentadas quedan para el hombre de nuestro tiempo, por tanto, el relativismo
que anula la razón para centrarse exclusivamente en la vida; y el racionalismo
que abandona la vida para refugiarse gozosamente en la abstracción de las
ideas. Ante ellas Ortega propone una nueva visión, el raciovitalismo, que
conviene una cultura biológica donde ambos poderes, cultura y vida, no se
someten entre sí de forma excluyente, sino que entablan una complementariedad
que logra poner fin a toda discusión.
El texto
también tantea el tema de las generaciones, el problema de la actitud de la
nueva generación germinante en la historia. Por un lado su disposición
espiritual para albergar y acoger los valores de sus progenitores como parte
profunda de su conciencia, por otro, su autoproclamación del título de individuo
distante para renovar ampliamente las creencias pretéritas e incontestables de
sus ancestros para llevar a cabo una genuina revolución, porque simplemente no
vienen dadas las directrices por su razón.
Cabe
también mencionar el último de los apéndices de esta obra, una interpretación
filosófica de las implicaciones de la reciente, en aquel momento, teoría de la
relatividad de Einstein, donde queda perfectamente integrado el perspectivismo
de Ortega, que no subjetivismo.
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