jueves, 22 de agosto de 2013

COMPLETAMENTE VIERNES

Ya tenía yo ganas de hincarle el diente a las delicias del que según la crítica indagada en estos literarios cauces es uno de los poetas más importantes del panorama poético actual, Luis García Montero. Más de una vez en mi tertulia pasa su nombre dulcemente como un viento pensativo que hace caer a algunos en el desprecio ya incrustado en su espíritu estético y, al mismo tiempo, extasiar a otros, sus aspirantes de la experiencia.

Sin embargo, tengo muy claro mi rareza por entender la belleza lírica en tanto que provoque no una marejada de preguntas reflexivas y calmadas que jueguen con sus propias palabras a recordar la huella que han dejado las anteriores, sino una imaginaria erupción efusiva de piroclastos incendiarios que despierte los engranajes oxidados de mi inteligencia infundiendo originalidad.

Leo el poemario percibiendo la solemnidad de su vida, de su historia y de su tiempo. El amor y la espera, los elementos cotidianos numerados incontables veces, los recordatorios humorísticamente novelescos que se cuelan al final de cada poema como remembranza del origen, una sorpresa que acaba cansando hacia los últimos poemas. Algunas metáforas y alientos realmente llamativos y remarcables y que me dejan con el sabor de una poesía que puedo remontar. La innecesaria seguridad que propone un vocabulario cotidiano y nada alejado del mundo, a veces como reclamo a un público novato, a veces como medio para el acercamiento a la realidad inmediata que no cambia nada. Una obra que por supuesto recomiendo a quien busca una poesía filosófica, sosegada y nada turbulenta que llega al hondo del espíritu, correctísima en la forma, pero que acaba aburriendo a los neosurrealistas como yo.

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