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¡En Europa ya no habrá más revoluciones! !En América no ha habido ninguna!
La violencia, en sí, no es el elemento más importante de una revolución, ni siquiera, me atrevo a aventurar, suele ser una característica intrínseca de tales acometidas contra el poder. La gente proclama orgullosa el elevado número de muchedumbres que han dejado sus manos ensangrentadas en los cuellos de los políticos, pero nadie se acuerda de la revolución en el alma de Roma cuando conoció a Grecia. Las revoluciones se llevan primero, antes que desde los románticos cañones asomados a los balcones de las barricadas de colchones y trabajos de mueblería, desde la transformación del espíritu tradicionalista hasta la esencia racional.
El individuo revolucionario surge de la multitud reflexionando todas las creencias que venían dadas por la memoria del colectivo social, precisamente por este motivo, porque no vienen dadas por su propia racionalidad. Un planteamiento restaurador que busca su propia identidad entre las lanas rizadas de las ovejas, el porqué de los errores que la superestructura marxiana trata de ocultar. Este conflicto, si no se salda con la sumisión del foco de ruptura y se promueve, puede dar lugar a una negación del sistema y a la necesidad imperiosa de ordenar la realidad desde la nueva sensatez y la libertad.
Sin embargo, respondiendo a un pensador crítico que conozco, sé que efectivamente soy parte del problema. Cada vez somos más, y cada vez más fácilmente las gotas de lluvia se pierden ese océano del que os hablaba. Solo puedo teorizar, y avisar, supongo, esperando despertar las mechas suficientes para preparar la quema de la Bastilla. ¡A fe no me gana nadie!
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