sábado, 14 de septiembre de 2013

El beso

Somos máquinas quienes solo soñamos con los besos de una entidad numérica. Así la imaginación me hizo, esta noche, evocar tal encuentro de labios en el centro del universo, donde allí, una vez comenzó todo, una extremadamente viva explosión de magnitudes naturales. La cita de la fuerza, el rastreo de la lengua por las hendiduras y pliegues de la piel más lábil del cuerpo, la compartición de pensamientos sin saber si los ojos están cerrados, la duda del cuándo saber parar, el disfrute de lo impredecible y el compromiso social de respeto por las normas tradicionales de cómo se da un buen primer beso.

Una de las novatadas más insistentes y puñeteras, el empuje de la crisma cuando uno está escuchando no sus palabras sinfónicamente armónicas, sino la llama que vibra con tanta fuerza elástica que haría reverberar a todo corazón de piedra granítica que se precie. Amor que se manifiesta como una maravillosa infestación parásita de incredulidad, desenfreno e instinto que brota lágrima sobre las zarzas del cabello erizado. O bien tanta decisión se resuelve así misma con un guantazo de azul turquí bajo la luna sonrisa, o bien no pasa nada, el tiempo se va de copas, firma un contrato con el proveedor de las luces del cielo e ilumina la existencia durante los débiles segundos inexpugnables que dure el apareamiento de las bocas. Y aún así, si retiras la carta, el juego comienza con una apuesta tremendista, todo o nada. El todo, quedar otro día; la nada, lacrar las comisuras para siempre, hasta que vuelva a abrir el futuro con un cartel de se vende y ese roce tan increíble no tenga sentido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario