
Una de las novatadas más insistentes y puñeteras, el empuje de la crisma cuando uno está escuchando no sus palabras sinfónicamente armónicas, sino la llama que vibra con tanta fuerza elástica que haría reverberar a todo corazón de piedra granítica que se precie. Amor que se manifiesta como una maravillosa infestación parásita de incredulidad, desenfreno e instinto que brota lágrima sobre las zarzas del cabello erizado. O bien tanta decisión se resuelve así misma con un guantazo de azul turquí bajo la luna sonrisa, o bien no pasa nada, el tiempo se va de copas, firma un contrato con el proveedor de las luces del cielo e ilumina la existencia durante los débiles segundos inexpugnables que dure el apareamiento de las bocas. Y aún así, si retiras la carta, el juego comienza con una apuesta tremendista, todo o nada. El todo, quedar otro día; la nada, lacrar las comisuras para siempre, hasta que vuelva a abrir el futuro con un cartel de se vende y ese roce tan increíble no tenga sentido.
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