sábado, 7 de septiembre de 2013

La exteriorización del interior

La introversión, en su máxima expresión, confundida con una timidez que titubea nerviosamente entre los labios y la lengua, puede evolucionar en una característica maligna en su estado más profundo. Con esto aventuro a la maduración de nuestros prejuicios y nuestras ideas que no sacamos fuera de nuestro pecho, creencias que permanecen recluidas y que al no encontrar la oposición de otras opiniones por no pronunciarse a los cuatro vientos enraizan como tubérculos parásitos entre las circunvoluciones del cerebreo.

Los pilares teóricos que sostienen nuestras acciones solo se derribarán cuando conversemos con una persona de la más alta confianza que tenga una opinión distinta a la nuestra, es decir, cuando hagamos público nuestro infame pensamiento, que tantas veces nos ha hecho caer en la barbaridad de la equivocación y el mal obrar. Hasta ese momento seguimos construyendo fortalezas mentales y reos cubículos que nos acabarán sepultando, pues nosotros jamás debatiremos nuestras propias decisiones, básicamente por la notoria sensación de perfección y obrar rectamente que ejecutamos constantemente.

Por eso, tal vez, escribir mis pensamientos hace darme cuenta de la irracionalidad de los mismos, de las disculpas que tengo que pendir a quienes los sufren. La práctica es una parodia del mundo que siempre perdió al juego del escondite. Hablemos pues, dialoguemos y tratemos de entender la realidad que somete su presión sobre la espalda de la existencia, desde un nuevo punto de vista siempre desde el respeto y manteniendo la dignidad del ser humano en su rango más elevado.

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