Y ahora atando cabos y golfos llego a la realidad humillante de la dedicación amorosa. No soportamos que alguien enamorado se desviva por nosotros, suponemos que su real objetivo es captar la atención de nuestros conocidos que nos condenarán por no haber aceptado y haber dado una oportunidad a esa persona, que se retuerce de dolor cual personaje extirpado de una novela de Víctor Hugo. No entendemos la sensación por la que forzosamente tenemos que vincular nuestra vida por completo a una persona que siempre ha estado ahí haciendo cosas por nuestro bien. Simplemente por el drama de Romeo y el principio del espíritu de la contradicción, nunca vamos a reconocer una tan poderosa razón de convencimiento que no sea efectivamente la pérdida de toda dignidad porque en esta vida creemos que hemos venido a sufrir, y solo escribir estas palabras hace reafirmarme en mi tajante posición de reflexión.
Suponemos tal nuestra grandeza que la idea de no ser libres es insoportable. Debemos ser libres para elegir el amor, y todo tipo de cortejo que se precie como una pantomima pelotera, un juego de mártires que solo quiere llamar la atención por parte de alguien cuyo foco de asquerosidad reside en sus mismos actos de acercamiento, inmediatamente se revoca a la basura del olvido y allí queda, seguro, hasta que esa persona ya no esté allí y surjan las primeras necesidades de favor por parte de la persona que estaba dispuesta a dar su piel por nosotros. Cuando sea demasiado tarde, lloraremos y nos arrepentiremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario