viernes, 20 de septiembre de 2013

LAS VOCES ENCENDIDAS

Tras el infortunio de mi carné de la biblioteca María Moliner, el primer libro que pedí prestado fue un premio Gil de Biedma, "Las voces encendidas" de Carlos Aganzo, que me llamó la atención solo porque parecía tener menos de cincuenta páginas. En la espera y el transcurso de la ruta del 22, leí tal documento sin disfrutar un ápice de la poesía, seguramente, porque aún no había escrito como ahora escribo y la sensación de adolescente superioridad endurecía las cavidades de un dañado aneurisma cerebral. Hace dos semana volví a pedir el libro, la fecha de entrega anterior a la mía, seguía siendo pacientemente mía. 

Voces encendidas es un sucinto poemario urbano, lento y, en mi opinión, demasiado precipitado para su real objetivo no relamido de buscar la apertura craneal tras la puerta, llave que circunda, del espíritu y la consciencia. Pocas metáforas tratan de aturdir mi criterio jovial de belleza sorprendente, y demasiadas son enteramente comunes. Un sentimiento de culpa, que invidente no intuyo, sobrevuela los pálpitos de quienes se sienten responsables por el legado escupido a la próxima generación. Un último sollozo a la música jazz y todo parece indicar que el trabajo de ciertos escritores ya consagrados es, en situaciones de penuria económica, atracar premios de poesía ya trucados, que se retroalimentan la fama y solo miran el currículum del aspirante. Pero como ya digo, el ignorante soy yo, y seguramente me acabe retractando de mis palabras. Después de una segunda lectura, un poco menos insípida que la anterior, sigo preguntándome qué ha querido decir el autor con este libro. Tal vez necesito que pase un tiempo y que la barrica haga su trabajo de fermentación para comprobar si el vino se ajusta a las exigencias de mi turbio paladar.

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