sábado, 21 de septiembre de 2013

Espera sentado, donde habita el olvido

Donde habite el olvido... Unidad pletórica en sí, segmento autárquico de la rima LXVI de Gustavo Adolfo Bécquer que acabaría titulando una de las obras más celebradas del maestro del 27, Luis Cernuda. Tal es mi fascinación por este lugar, este paraje deshabitado de almas perforadas que alguna vez prometieron responsablemente librar del mal al mundo, que me siento obligado a adentrar este universo con la seguridad invisible de una confesión a la luz del vientre albo de la luna.

Cada día, la cuenta atrás hace volcar en mí el precipicio del tiempo hasta que me quedo dormido. Solo ciertas veces, o bien por la mañana, o bien por el sueño; un aire fresco disipa mi angustia obtusa, brinda el consuelo a mi memoria por el estrépito de un disparo sobre su semblante mental, hace olvidar que la amo y me propicia ganancia de poder vivir sin ella disfrutando a distancia de su sonrisa en los dientes de otro hombre, mucho más hombre que yo. El viento que se lleva las palabras es el mismo que me asciende etéreo más allá del cosmos. Cuando tirita la epidermis y dilatan las pupilas, alcanzo en hondo sentimiento el más profundo estado de pura felicidad autosuficiente al comprobar que respiro, sin necesidad de pensar en sus labios.

Pero tan pronto acude mi bálsamo diario, la nube del olvido explosiona en una sopa sulfúrica que me devuelve a las entrañas del fango más espeso donde caigo cada vez más profundamente muerto y me es más difícil salir. Podré seguir mientras llegue ese lábil huracán blanco para recoger mi cadáver y llevarlo allí, donde habite el olvido.

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