Cada día, la cuenta atrás hace volcar en mí el precipicio del tiempo hasta que me quedo dormido. Solo ciertas veces, o bien por la mañana, o bien por el sueño; un aire fresco disipa mi angustia obtusa, brinda el consuelo a mi memoria por el estrépito de un disparo sobre su semblante mental, hace olvidar que la amo y me propicia ganancia de poder vivir sin ella disfrutando a distancia de su sonrisa en los dientes de otro hombre, mucho más hombre que yo. El viento que se lleva las palabras es el mismo que me asciende etéreo más allá del cosmos. Cuando tirita la epidermis y dilatan las pupilas, alcanzo en hondo sentimiento el más profundo estado de pura felicidad autosuficiente al comprobar que respiro, sin necesidad de pensar en sus labios.
Pero tan pronto acude mi bálsamo diario, la nube del olvido explosiona en una
sopa sulfúrica que me devuelve a las entrañas del fango más espeso donde caigo
cada vez más profundamente muerto y me es más difícil salir. Podré seguir
mientras llegue ese lábil huracán blanco para recoger mi cadáver y llevarlo
allí, donde habite el olvido.
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