Y como siempre, cualquier tiempo
pasado fue mejor. Cualquier tiempo en el que vomitar el desconsuelo desgarrador
de la excusa y la imposibilidad de cambio presente. El incómodo acecho
constante e implacable de la tortura mental, por muy leve y compendioso que
sea, siempre nos hará echar la vista atrás en busca solo de los recuerdos que
buenamente nos hacen olvidar los problemas del instante. La proporcionalidad
distancia-distorsión es evidente. A mayor lejanía temporal las islas de nuestra
intrahistoria florecen sus palmeras más brillantes dejando en sombra la memoria
dubitativa.
Caemos,
anulados por el olor tedioso de la almohada limpia, en esos pasadizos del
laberinto que pueden traernos fisiológicamente una cascada de reacciones
emocionales tan duras y secas como si fueran vividas en la realidad. Pero la
droga, la química analgésica que alquimistas nosotros autosintetizamos para no
sentir nada, perece; trayendo su abstinencia una caía celeste que a unos mata y
a otros deja tan doloridos que no tienen más que repetir el proceso de
intoxicación con otra dosis superior; enalteciendo las probabilidades de
destrucción.
Dejar en
el olvido, los seres que más nos han deñado, solo tarea de dioses. Un intento,
escribir esta entrada donde quiero dejar recordad la parte de mi aún por
construir vida llena de la única miseria que me sigue batiendo en duelo.
¡Púdrete! Tan sencillo es para mí revivir los momentos de sensación de pura felicidad conversacional como solo ver en ti la barbarie de tu actitud.
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