Y tan necesaria es, la grandeza,
el sentimiento de superioridad, la convicción interna de comprobar cómo ante un
acontecimiento incierto del futuro nosotros prevaleceríamos sobre el resto contemporáneo, el desmán de las razas
inferiores que deben sucumbir a nuestra verdad, vasallos de hombros abiertos en
herida por un corte de espada mal calculado.
Así, como
tan pronto se impone el medio competitivo en un ámbito tan sencillo como la
educación, las embestidas de la matrícula de honor y la desesperación anónima
afloran como un capullo de rosa separado del tallo. Sus pétalos ruedan en un
vórtice de arena. Ir a favor de gradiente supone tratar de alcanzar las metas
que antes no podíamos ni soñar, objetivos peldaños cada vez más imposibles que de no poder culminar, caemos en desesperación. Hemos
tocado techo pensamos, mientras apretamos el cuello de la soga, vemos por última vez la portada del periódico en la que no salimos, recordamos las hazañas de un pasado muerto e histórico. No agradar a
quien nos juzga, subyuga en la decepción palpitante el riesgo del abandono y la mediocridad. Tú
podrías ser el próximo en caer. No importa cómo te llames, seguirá gritando el universo todos los nombres menos el tuyo, y cuando se vaya a la cama no pensará en tu corporeidad, solo en tu gesta imbécil, algo que ni siquiera te pertenece, tan solo te acompaña.
Olvido,
las altas expectativas y su incumplimiento, el lamento de no ser quien soy. Noto la
tontería, el cansancio, la falta de noción y sobre todas las cosas, la nula voluntad.
Sonríe, ríete de quien pluvia, solo será un estorbo menos en tu camino; pero más
vale que te mires al espejo y compruebes que ése no eres tú.
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