martes, 22 de octubre de 2013

Las crisis no se pasan, se olvidan

Al final, tanto olvido no me hace más que recordar lo fundamental que es, ardua tarea de la existencia mantenida en regio pie, la persistencia en la memoria de las astillas más afiladas del mundo. Es evidente, tenemos ese intrínseco sistema de mecanismos de defensa biológica que nos hace recordar casi exclusivamente los fenómenos más desgarradores para no dormir nuestro alivio vital y caer en la serenidad estoica de la paz interior, sino todo lo contrario, estresar los músculos que debieron responder cuando impasibles veíamos nuestra tontería escapar por la vía número dos de la estación de trenes.

Así lanzamos el grito al cielo, aferrados a la historia por el dolor ignorado que sigue volcando los barcos, inversiones millonarias del ministerio de defensa, de la misma manera año tras año, siglo tras siglo, guerra tras guerra. Todo intento de explicación se reduce al vacío imposible de restauración de todas las preguntas sin resolver, ¡así cualquiera interpreta la Historia! El mismo tiempo nos impermeabiliza de los otros tiempos, externos al presente; el pasado irremediablemente bello y el futuro anticipado; dejándonos varados en la justificación del contexto y la posibilidad de invención.

Las crisis no se pasan, simplemente se olvidan. Como chupópteras criaturas insaciables, las penurias se insertan bajo la hipófisis y empiezan sus danzas parásitas de relajación hasta que macroscópicamente no se reivindique nada, no se sienta nada y todo siga siendo como antes. Como la rana que muere porque la cuecen a fuego lentísimo, ella sin percepción; así acabamos incorporando la tragedia sostenible a nuestras vidas hasta que forma parte de ella. 

Mi abuelo me hablaba de racionamiento, yo de becas universitarias.

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