Al final, tanto olvido no me hace
más que recordar lo fundamental que es, ardua tarea de la existencia mantenida
en regio pie, la persistencia en la memoria de las astillas más afiladas del
mundo. Es evidente, tenemos ese intrínseco sistema de mecanismos de defensa
biológica que nos hace recordar casi exclusivamente los fenómenos más
desgarradores para no dormir nuestro alivio vital y caer en la serenidad estoica
de la paz interior, sino todo lo contrario, estresar los músculos que debieron
responder cuando impasibles veíamos nuestra tontería escapar por la vía número
dos de la estación de trenes.
Así
lanzamos el grito al cielo, aferrados a la historia por el dolor ignorado que
sigue volcando los barcos, inversiones millonarias del ministerio de defensa,
de la misma manera año tras año, siglo tras siglo, guerra tras guerra. Todo
intento de explicación se reduce al vacío imposible de restauración de todas
las preguntas sin resolver, ¡así cualquiera interpreta la Historia! El mismo
tiempo nos impermeabiliza de los otros tiempos, externos al presente; el pasado
irremediablemente bello y el futuro anticipado; dejándonos varados en la
justificación del contexto y la posibilidad de invención.
Las
crisis no se pasan, simplemente se olvidan. Como chupópteras criaturas
insaciables, las penurias se insertan bajo la hipófisis y empiezan sus danzas
parásitas de relajación hasta que macroscópicamente no se reivindique nada, no
se sienta nada y todo siga siendo como antes. Como la rana que muere porque la
cuecen a fuego lentísimo, ella sin percepción; así acabamos incorporando la
tragedia sostenible a nuestras vidas hasta que forma parte de ella.
Mi abuelo
me hablaba de racionamiento, yo de becas universitarias.
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