Ya cogido el cercanías volví a releer las páginas que una vez escribí con la conciencia tranquila por la imborrable literatura del pasado grabada a puño y desenvoltura caligráfica a través de esa itálica manía de adelantarme al punto final. Trato de avisarme a mí mismo sobre qué hacer cuando dejara de pensar en el rumor de las tibias caricias que oculta un juego de sábanas nuevo, cuando dejara de amar tal vez. Me impongo que siga, a pesar de todo, creyendo que tal vez solo ha habido una pregunta a la que nunca me contestará con una oportunidad.
Una desconocida alusión a la gloria de calentar la mejilla en un vientre femenino se convierte en un motivo de autoengaño y mentira, por ser aún demasiado inmaduro. Solo apremiando el egocentrismo puedo salvar la dificultad de amar a alguien que no me puede amar en este camino... Al menos, eso es lo que dije allá por septiembre, cuando escribí mi última carta.
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