jueves, 7 de noviembre de 2013

¡Los delfines no pueden construir catedrales!

Evidentemente toda aquella edificación confeccionada por la mente humana se digna como tal por ser concebida, construida y contemplada por nosotros, especies congéneres, quienes sabemos reaccionar proporcionalmente al impacto estético de la misma en la medida de nuestro criterio.

Ese conjunto de modificaciones genotípicas que permitieron un incremento del desarrollo cerebral de los homínidos solo pudieron patentarse como maravillosas estructuras de generación porque fueron acompañadas de unos anteriores y ulteriores cambios morfológicos en las extremidades, entre otros, que fomentaron el desarrollo de la actividad técnica retroalimentando la misma inteligencia.

Los delfines, así como otras especies que han demostrado posesión de una cierta actividad intelectual, jamás llegarán al grado de las complejas manufacturas humanas por las limitaciones físicas a las que se atienen por su condición acuática de mamífero cetáceo de aletas resbaladizas. Sin embargo, ¿quiénes somos  para juzgar la belleza de los nidos de los jardineros satinados, esos pajarillos que levantan majestuosos enramados de colores para atraer a sus pretendientes? Un juez legítimo, aquel que observa lo que puede entender sin caer en la tentación pusilánime de ignorar lo presente fuera de su alcance cognoscible por no querer afrontar un esfuerzo razonable de comprensión.

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