Hoy ha germinado en mí la
depresión más cínica e infantiloide que cabe. Creer, al menos invisible, solo
que la relación visual, mantenida con quienes me atisbaban un rancio sabelotodo
porque así se lo había hecho entender, es un hechizo estúpido. Han revelado el tupido velo, han sabido ver la fachada
descompuesta de un coloso de paja y lo han quemado... Y mi pobre identidad, ahí, ¿dónde? en
ningún sitio.
Los
buitres, con sus garras de fieltro tanto tiempo sobrevolando tus anhelos en
sorna de precipitar, han detectado algo nuevo en el ambiente, tu resbalón, tu
desesperanza rabiosa, las ganas de romper el cristal de la expectativa; lo han
recibido y han acudido perforadores contra la lápida que en ese momento te
estaba sepultando. Solo así se describe el supremo desatino en mis
expectativas, la nube de humo levantada contra las viejas glorias de antaño,
solo así sé rezar contra la marea de maldad que se cernirá sobre mí como esto
pase a mayores, que no sea lo suficientemente bueno como para llamar tu
atención, tonta amada. Será que la disculpa de la competencia darwiniana que tanto nos
ofusca en la excusa, que antes yo mismo era el primero en mendigar y expeler, sea
ahora la única esperanza a la que me puedo aferrar. Es lo que tiene mediarse en la excelente ilusión de la matrícula de honor durante demasiado tiempo.
"Y
yo te creía más listo...", hoy me han dicho. Y yo también... Yo también.
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