lunes, 4 de noviembre de 2013

Sobre la decepción

Hoy ha germinado en mí la depresión más cínica e infantiloide que cabe. Creer, al menos invisible, solo que la relación visual, mantenida con quienes me atisbaban un rancio sabelotodo porque así se lo había hecho entender, es un hechizo estúpido. Han revelado el tupido velo, han sabido ver la fachada descompuesta de un coloso de paja y lo han quemado... Y mi pobre identidad, ahí, ¿dónde? en ningún sitio.

Los buitres, con sus garras de fieltro tanto tiempo sobrevolando tus anhelos en sorna de precipitar, han detectado algo nuevo en el ambiente, tu resbalón, tu desesperanza rabiosa, las ganas de romper el cristal de la expectativa; lo han recibido y han acudido perforadores contra la lápida que en ese momento te estaba sepultando. Solo así se describe el supremo desatino en mis expectativas, la nube de humo levantada contra las viejas glorias de antaño, solo así sé rezar contra la marea de maldad que se cernirá sobre mí como esto pase a mayores, que no sea lo suficientemente bueno como para llamar tu atención, tonta amada. Será que la disculpa de la competencia darwiniana que tanto nos ofusca en la excusa, que antes yo mismo era el primero en mendigar y expeler, sea ahora la única esperanza a la que me puedo aferrar. Es lo que tiene mediarse en la excelente ilusión de la matrícula de honor durante demasiado tiempo.

"Y yo te creía más listo...", hoy me han dicho. Y yo también... Yo también.

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