lunes, 16 de diciembre de 2013

El fantasma. Capítulo I

Esta vez, el joven caballero no tenía necesidad de acudir a la botica a por remedios varios para aliviar su maltrecho abdomen, el motivo era otro; por eso se limitó a ojear desde dentro del local, embozado en su sombrero de copa y bastón de ébano, la calle a través de los vidrios mugrientos de la farmacia.

Una vuelta al reloj de bolsillo, un baile flotante por los alrededores de invierno ante la indiferente mirada de los ciudadanos, todos para él ahora desconocidos; vive deteniendo el tiempo, obseso con la sensación drogadicta de amar a quien roza el ojal de su chaqueta con cada beso vertido en otra boca que no es la suya. No hay marcha fúnebre tan angosta en el piano del sueño que pueda musicalizar el horror de su vientre, que asciende poco a poco hasta culminar en la saliva y el gaznate ronco.

Desde aquí se ve la entrada de su casa aderezada con macetas de fresa y azucena. Vuelve a toser, esputa rojo en su pañuelo y mira su reloj. "Faltan 30 segundos..." se dice. La calle cenicienta reserva sus mejores pisadas para los botines almibarados de la premonición de un lucero tallado a raíz del corazón de la porcelana.

Aparece, el imbécil se gira disimuladamente, tirita, doma el volumen de dolor que brota de los vasos sangrientos, rompe a llorar, se vuelve... Ya no está, se ha esfumado; es lo que tiene ser un fantasma, solo se desvanece uno cuando lo olvidan.

Tranquilos, ella volverá a casa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario