Nuestro
cerebro sigue siendo el mismo, pero el procesamiento del conocimiento no ha
dejado de cambiar desde que exponencialmente nos mostramos más receptivos a
cualquier tontería que nos entre en la sesera. Y así, basuras de mediaciones,
búsquedas estéticas y asquerosamente preparadas de presentadores
sensacionalistas, alejados de cualquier atisbo de principio crítico y serio; serviles
vasallos del entretenimiento y la dormición del espíritu esencialmente reivindicador
e importante del ser humano que atontolinado, tras la pantalla se desvela;
absorben la inteligencia de la que presuntamente presume nuestra especie
superior.
Los
famosos de antaño se mantienen, no tenemos tiempo que dedicar a las nuevas
caras que acabarán perdiéndose en el espacio. Su segunda vida gloriosa más allá
del recuerdo se esfumará en el momento preciso cuando todo su esfuerzo terrenal
se pierda de súbito por no haber logrado su mantenenimiento en la memoria. Es
inevitable, Sísifo tenía razón, todo intento para demostrar ser imperiosamente
grande acabará retraído en algún álbum de fotos raído, lleno de polvo, en una esquela amarilla de un periódico local o, en el mejor de los casos, "inmortalizado" en un muñeco de cera.
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