La más ilusa de las emociones, la
sana manía de enrojecer la sonrisa cuando sabemos que párvulos vamos a recibir
un regalo, pero no de parte de quién. Resulta inevitable caer en la ternura que
acarrea un amigo invisible, es una misteriosa sensación de gusto por la sorpresa
preámbulo a las Navidades.
El grupo 211 de bioquímicos aglomeramos la triste mesa del profesor con regalos varios y envoltorios aún más llamativos. El delegado, maestro de ceremonias, uno a uno vociferaba los nombres de los participantes. Caras siempre llenas de alegría y punto de humor. Altruismos metamorfoseados, desde un gorro de cocina, una botella de licor y una empanada, pasando por los ya clásicos libros y fragancias; hasta un extraño juego de pesca para los que se aburren en el excusado y una barra de pan.
Y dijeron el mío. Cubierta roja y papel delicado; nerviosismo impropio de cuánto he hecho, un mensaje de un cariñoso personaje desconocido terminado con una carita feliz ":)", no necesito más para emocionarme. Una cubierta negra amenaza... "¿Esta no es la editorial de mi edición de Rimas de Gustavo Adolfo?" Leo el título, tartamudeo, me sobresalto: "¡Ay Dios, Poema del cante jondo! ¡Muero de amor!" El libro que tanto influjo proyectó en mi primer poemario, en mi libro, que solo había leído por préstamo en la biblioteca; ahora sería mío. "¡Espero que haya sido una mujer, porque quiero coserla a besos!" Exageré, obviamente, pero el motivo valía.
Al paso, una premonición de mejillas rosa porcelana, luceros esmeralda y áurea melena me asalta. Lo prometido es deuda, dos besos y un risueño agradecimiento. Esta noche dormiré como un gitano.
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