viernes, 27 de diciembre de 2013

Falsacionismo

La ciencia debe componerse de teorías y leyes universales susceptibles de ser falsables mediante un enunciado observacional lógicamente válido. La hipótesis mana de la necesidad de respuesta ante un problema en el universo que no es satisfactoriamente explicado. De ahí, el buen ingeniero de ideas desarrolla tales experimentos que puedan potencialmente descartar esa teoría que, si presume de imbatibilidad, deberá mantenerse en pie ante los envites de la refutación, pues lo peligroso de la universalidad es que por leve que sea la mota de polvo que anule la proposición más firmemente arraigada, el mismo universo desmorona.

Así nace una auténtica y rebanada marea de afilados ensayos y errores destinados a acabar con las malas yerbas que brotan del jardín del conocimiento por muy prometedoras y fecundas que parecieran. Solo la teoría que mejor sobrevenga los asaltos científicos, de quienes se pretenden proclamar como el único principio de autoridad válido, adquirirá una categoría más elevada, no porque se trate de la teoría más verdadera, que en estos entornos la verdad se difunde demasiado deprisa por los torrentes estériles de una cuadrícula de bata blanca que no ve más allá de los principios estrictos de la inducción ingenua que solo mantienen, cree él, su existencia biológica de supervivencia fútil; sino porque será la que mejores respuestas otorgue.

Aparece un valor cuantitativo en la ciencia. Cuanto más falsable sea una teoría mejor será dicha teoría. No hablamos de alcanzar la esencia de la realidad sino de conformarnos, a nuestro debido tiempo, con el reclamo de una idea que por el momento se mantiene en pie, pudiendo ser la definitiva o no. Solo tenemos que tomar como ejemplo la transición física entre las ideas de Aristóteles, Newton y Einstein para darnos cuenta de lo que nos deparará el futuro, un futuro análogo del que quiero ser partícipe.

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