sábado, 25 de enero de 2014

La negativa de la célula a seguir las leyes termodinámicas

Terminando mi etapa secundaria en la educación española, sacudí a mi profesor de Biología con una despotricada cuestión cascarrabias que solo tiene aproximaciones: ¿qué es lo que hace viva a la célula si la química elemental es la misma que la de las piedras, qué subyace bajo la característica vital? No supo responderme tajantemente, él ni ninguna mente obcecada aún en la idea vitalista del Medievo… Pero ahora que estoy en el ojo del huracán sí puedo otorgarme a mí mismo la confianza del autoconocimiento ampliamente consensuado.

En filosofía de la ciencia los núcleos de las teorías son los órganos  más inamovibles y delicados, es decir, si una teoría no dilucida explicación plena ante un fenómeno se prioriza la revisión de las hipótesis que constituyen el cinturón de proposiciones científicas que han manado del centro origen, pero que no son, ni mucho menos, elementos inseparables de éste. Las leyes de la termodinámica constituyen el núcleo de la termodinámica, valga la redundancia. Una ciencia que entre otras cosas ofrece una explicación de los sistemas dinámicos y contrariamente ordenados de la vida que no aumentan su entropía.

Las células crecen, viven, se reproducen modelando estructuras cada vez más complejas a partir de los energéticos enlaces químicos que portan moléculas como el ATP  cuya ruptura, altamente favorable, permite hacer posible el desencadenamiento de reacciones no favorables como la organización superior. Eso sí, la energía solo se transforma, y esa diferencia de energía se desliza hacia el exterior como calor agitado, esta vez sí, aumentando el desorden de los  alrededores de la célula.

La vida es un desequilibrio químico que se mantiene ordenándose continuamente acoplando reacciones favorables a otras que no lo son, aumentando la entropía de su entorno, para finalmente alcanzar la serenidad del más profundo de los estados de menor energía, la muerte.

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