lunes, 14 de abril de 2014

Sobre la misma historia de siempre

Historia es una playa llena de sangre y huellas, sangre de los caídos y huellas de rótula; un remoto reloj de arena surcado por la muda de una sierpe militar que destruyó incompasiva todo a su paso. Estudiamos la historia por el gusto, tal vez, de reconocer siempre el tiempo pasado como un utópico nivel de sensación opiáceo ante la desentendida realidad del presente, sumida en el error. Miramos atrás porque nos preocupa no ser dichos al instante buscando el amparo de la imaginación párvula con la fórmula sanadora: "¿Qué hubiera pasado si...?".

El rencor es el más humano de los estados de la memoria, adosado necesariamente pared con pared a las habitaciones de tortura. Solo superaremos aquello que devora sigilosamente en la penumbra la parte más inaccesible del cuerpo, cuando tomemos conciencia de que su rastro en el pretérito se ha borrado, un logro de visión. Visión, es saber ir más allá de lo nasal, aventurar horizontes ignotos y excitantes, respetando humildemente el camino trazado con el tiempo.

Mantengamos pues, solo vivos los recuerdos que levantan las escarpias del cutis, las experiencias felices, y dejemos relegada la pesadilla de una justicia vengadora e innatural que se aviva con la sonrisa mezquina de quien tanta desdicha nos infligió. No llamo al olvido impune, clamo a la verdadera importancia del presente; única razón legítima.

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