El aprendizaje es una cuestión de experiencia personal, confianza y humildad. La asunción de los propios yerros, como la yema que se quema en la llama; contribuyen a construir una imagen prudente y distante del mundo, saber qué y qué no. Necesitamos confiar en ciertos principios de verdad para no tener que demostrar el infinitamente basto escepticismo y no temer tener que perder la vida en el intento, sin al mismo tiempo, encerrar a nuestro delicioso genio en el dogmatismo inamovible de los más testarudos. Por último, ser humilde con nuestros profesores y libros de texto con sus últimas ediciones; aceptar con cautela lo que nos puedan decir hasta que no estemos, por otros medios y por nosotros mismos, convencidos total o parcialmente de lo contrario.
Aprendamos pues a sobrevivir, a filosofar, a alcanzar la verdad... No sin olvidar la ardua tarea de ser imperfecto y seguir existiendo.
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